Alerta Bolivia
Tarija, 22 de abril de 2025 – En Bolivia, la infraestructura pública suele medirse por su apariencia. Si se ve grande, nueva y se inaugura con una cinta cortada, entonces parece que todo está en orden. Pero esa lógica superficial choca contra una realidad más dura: las obras no sirven de nada si no pueden ser utilizadas.

El caso del mercado El Dorado, en la ciudad de Tarija, lo deja en evidencia. Con una inversión estatal de más de 21 millones de bolivianos, el moderno edificio fue entregado con cámaras, discursos y aplausos. Pero apenas pasó el acto oficial, los comerciantes se encontraron con un problema imposible de ignorar: no hay agua potable, ni energía eléctrica, ni alcantarillado, ni mobiliario.
¿De qué sirve un mercado sin condiciones mínimas para operar? ¿Cuál es el verdadero objetivo de una obra pública: transformar la vida de la gente o engrosar la agenda de actos oficiales?
Sergio Gareca, presidente de la Asociación de Comercializadores El Dorado, lo dijo sin rodeos durante el acto: “Es como tener una mesa sin sillas”. Y tenía razón. Las infraestructuras no son trofeos de campaña ni fondos de pantalla para la propaganda. Son soluciones que deben estar completas, equipadas y listas para funcionar desde el primer día.
Lamentablemente, el mercado El Dorado no es una excepción, sino parte de un patrón. En distintos puntos del país se repiten las historias: hospitales cerrados por falta de personal, escuelas sin pupitres, sistemas de riego sin conexión al agua. Se inaugura el cascarón, se toma la foto… y luego se espera, a veces por años, a que la obra cumpla con su propósito real.
Este tipo de gestión es peligrosa porque desvía el foco de lo importante: la utilidad sobre la imagen, la funcionalidad sobre el show. Además, mina la confianza ciudadana en las instituciones y en sus representantes.
No se trata de restar valor a la inversión pública, sino de exigir coherencia entre lo que se muestra y lo que se entrega. Cada boliviano invertido debe traducirse en resultados reales, no en promesas postergadas.
El país necesita menos discursos y más obras que funcionen. Menos cintas cortadas y más llaves que abran espacios útiles. Porque al final del día, la gente no vive de fotos, vive de soluciones.