Proclamaciones forzadas y realidades ignoradas

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Alerta Bolivia  

Tarija, 05 de mayo de 2025 – Ayer, el coliseo universitario de Tarija fue escenario de un acto político que proclamó oficialmente a Luis Arce Catacora como candidato presidencial del Movimiento al Socialismo (MAS) rumbo a las elecciones generales de agosto. Un evento que, a simple vista, podría parecer una muestra contundente de apoyo popular, organizado —según sus promotores— por “las organizaciones sociales del departamento”.

Gobierno Autónomo Municipal de Tarija

Sin embargo, como bien dice el refrán: no todo lo que brilla es oro.

Detrás de las banderas agitadas, los discursos entusiastas y las fotografías de rigor, hay una realidad que muchos tarijeños han empezado a denunciar con fuerza: la participación en el acto político no fue tan voluntaria como se quiso mostrar. Las redes sociales se llenaron rápidamente de mensajes, videos y fotografías que evidenciaban la supuesta obligatoriedad impuesta desde distintas instituciones para asistir al evento.

En ese contexto, se difundieron denuncias que señalaban presiones a campesinos, quienes habrían sido amenazados con sanciones orgánicas en sus comunidades si no asistían. Funcionarios públicos, como ya se ha vuelto habitual en este tipo de concentraciones, habrían acudido bajo el temor de perder sus empleos. A esto se suman reportes sobre personal del área de salud, docentes, administrativos de la Universidad Juan Misael Saracho e incluso estudiantes universitarios, quienes habrían sido instados —por no decir obligados— a llenar el coliseo, presionados por autoridades o dirigencias afines al oficialismo.

Esto no es militancia política, es coacción disfrazada de respaldo.

El MAS ha demostrado una vez más su capacidad de movilización, pero la pregunta de fondo es: ¿a qué costo? ¿Qué tan representativa es una proclamación si quienes asisten no lo hacen por convicción sino por temor, presión o simple obediencia institucional?

Es hora de que el presidente Arce, y quienes lo rodean, dejen de confundir cantidad con legitimidad. Llenar un coliseo a punta de planillas, listas de asistencia y amenazas veladas no equivale a llenar las urnas con votos sinceros. Y peor aún: crea una peligrosa ilusión de fortaleza que puede desplomarse cuando la población verdaderamente exprese su voluntad en las elecciones.

Porque en la calle, la percepción es otra. La gente enfrenta una economía golpeada, precios por las nubes y un salario que ya no alcanza. Los discursos de estabilidad suenan vacíos frente a una canasta familiar cada vez más cara y oportunidades laborales que se reducen al clientelismo político.

El Gobierno puede organizar más proclamaciones, imprimir más banderas y multiplicar sus actos. Pero si no escucha el murmullo que viene desde abajo, ese que no se ve en las fotos ni se mide con convocatorias forzadas, corre el riesgo de creerse una ficción.

Y en política, creerse sus propias mentiras suele tener consecuencias irreversibles.


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